El Obelisco: ‘pet friendly’ e incluyente

Convengamos en que todo este asunto del Hotel Obelisco estaba desatando la furia en las redes sociales. Por eso era importante encontrar una solución para apaciguar la polémica. El señor Mario Fernando Prado se había ofrecido para ser mediador, y por esa razón Basilio Klonis y yo decidimos reunirnos personalmente para tener una conversación franca y sincera sobre lo ocurrido.

En dicho encuentro estuvimos presentes Mario Fernando Prado, Basilio Klonis, Norma Triana (gerente del hotel) y yo. Repasamos lo sucedido, hablamos del invaluable aporte que le ha hecho El Obelisco a Cali cuidando, manteniendo, protegiendo y embelleciendo dicho sendero peatonal, y también de la importancia de respetar a los animales y el espacio público. Todos coincidimos en lo anterior, y en que había que encontrar una salida pacífica al respecto.

El resultado es que, de ahora en adelante, cualquier persona que quiera disfrutar de ese espacio y del servicio de El Obelisco con su animal de compañía lo podrá hacer sin temor a ser excluido. El señor Klonis dio la orden de que todos sean atendidos con la amabilidad que lo caracteriza , incluyendo a las mascotas. También ordenó quitar las calcomanías de los servilleteros donde aparecía la silueta negra de un perro atravesada por una línea roja. Y ambos estamos de acuerdo en que todos debemos ser tolerantes y responsables con este logro.

Por eso también es importante resaltar que quienes volvamos a El Obelisco con estos miembros de nuestras familias actuemos en consecuencia y con sentido común, sin subirlos a las mesas, llevándolos con cadena, collar y bozal en los casos que corresponda, y definitivamente tener bolsas para recoger y limpiar lo que haya que recoger y limpiar llegado el caso. De esta forma no incomodaremos a terceros.

La invitación, pues, es a seguir disfrutando de este espacio público que el señor Klonis y El Obelisco han transformado y que desde hoy es ‘pet friendly’. Yo, al menos, volveré con Baco. Y sí, me tomaré la foto respectiva.

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El Obelisco: discriminatorio y excluyente

Paralelo al río Cali, en su paso por el oeste de la ciudad y diagonal a La Tertulia, hay 19 mesas distribuidas en una zona que claramente es pública. El espacio se llama El Obelisco (a razón de que en ese lugar, hace más de 80 años, había un obelisco que delimitaba el fin del Cali Viejo), y tiene una tradición de más de 60 vendiendo unas empanadas muy sabrosas cuya receta hay que aplaudirle a la familia Klonis. Pero lo que no hay que aplaudirle a esa misma familia Klonis es que sea discriminatoria y excluyente.

El pasado sábado 15 de febrero fui con mi esposa y nuestro perro Baco a disfrutar del sonido del río, la brisa y, cómo no, de sus deliciosas empanaditas. Al momento de ordenar, un mesero nos dijo que por favor metiéramos a nuestro bulldog inglés al carro. Sí, leyó bien: nos pidió, de una manera canallamente formal que encerráramos a Baco.

Al no entender la extraña petición, le respondí que por qué habría de hacer tal cosa, a lo cual señaló el servilletero de la mesa, que tenía una calcomanía pegada con la silueta de un can atravesado por una línea roja, como la imagen que acompaña este texto. “Es que nosotros manipulamos alimentos y bebidas, así que no podemos permitir perros en esta zona”.

Mi reacción, sorprendentemente civilizada ante semejante atropello, fue decirle que no, que no llevaría a Baco al carro, y que ni él ni nadie me obligaría a prohibir la presencia de un miembro de mi familia en el espacio público. También le dije que no lo culpaba, que entendía que estaba siguiendo una orden mezquina (pero orden al fin y al cabo seguida a rajatabla por un subalterno), y tras dejarle en claro que no me movería de allí, me dijo que no nos atendería.

Así las cosas, nos fuimos discriminados y excluidos de un sitio público.

Habrá que averiguar, entonces, si la familia Klonis no estará incurriendo en invasión del espacio público y otra serie de irregularidades inconstitucionales que vienen al caso.

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Hooters: racistas y denigrantes

El domingo pasado Luís Ignacio Peña fue víctima del racismo promovido por los dueños de la franquicia Hooters en Colombia. Sucedió en el restaurante ubicado cerca a la ‘zona t’ en Bogotá. Copio y pego textualmente su testimonio para que todos sepan qué tan imbéciles pueden llegar a ser en ese lugar. Además de exigir una disculpa pública que ellos deberán emitir en cualquier medio masivo -incluyendo sus cuentas en Facebook y Twitter-, no descansaré hasta que se comprometan a garantizar que no seguirán discriminando a sus visitantes por su color de piel.

Su testimonio:

“El 16 de diciembre me encontraba en la zona T con mi novia. Estábamos buscando dónde ver el partido de Millonarios-Medellín. Como no soy fanático de ninguno, la idea era simplemente ir a algún lugar donde nos pudiéramos sentar, comer algo y pasar un buen rato.

La mayoría de los sitios de la parte peatonal de la T estaban muy llenos, por lo que decidimos ir a Hooters sabiendo que el lugar es espacioso y posiblemente encontraríamos dónde sentarnos. Cabe aclarar que esta era la primera vez que yo iba a este restaurante y por ende iba a aprovechar para conocerlo.

Al llegar al restaurante, a eso de las 7:00 p.m., vi que habían algunas personas afuera viendo el partido desde el andén. La entrada al sitio estaba despejada y se encontraban tres “bouncers” y un guardia de seguridad. La primera cosa que me llamó la atención fue el ver que tenían cerrada la entrada con una cinta de las que se utilizan para organizar las filas. Uno de los bouncers estaba restringiendo el paso tal cual como pasa en las discotecas.

Me dirigí a la entrada y le pregunté a este señor que si había alguna mesa disponible para dos (mi novia y yo). Casi sin terminar mi frase esta persona me respondió que no había mesas disponibles por lo del partido. Ante esta negativa, pregunté que si posiblemente nos podían acomodar en la barra. Igualmente, esta persona respondió que no había lugar. Hasta este momento todo parecía normal: un lugar lleno por la cantidad de personas viendo el partido, pero mi pregunta era “por qué el bouncer respondió sin ni siquiera consultar con las acomodadoras, sin mirar hacia adentro del restaurante, y peor aún no dio ninguna alternativa como esperar a que estuviera alguna libre (como siempre sucede en cualquier restaurante lleno)”.

Volví a preguntarle al bouncer si no era posible obtener una mesa, ya esta vez sospechando que la negativa a la entrada no se trataba de la alta ocupación sino por alguna otra razón. En ese momento yo ya no quería entrar, pero pretendía comprobar si esta persona no quería dejarme entrar a mí específicamente. Justamente antes de volver a preguntar, mi novia me comentó que había visto a unas personas pedir la cuenta. Adicionalmente, otra persona que estaba sentada sola en una mesa se había ausentado (no sé si al baño o a pagar la cuenta), dejando la mesa libre. La respuesta fue la misma, que no habían mesas. Ante esto le pregunté directamente a esta persona que si era que no me quería dejar entrar. Hice esa pregunta dado que claramente se iba a desocupar una mesa y el bouncer ni siquiera se había percatado de esto sólo por el hecho de estar concentrado en negarme la entrada. Debido a que el tono con el que pregunté fue mas fuerte, este bouncer se fue a “preguntar” si había mesa adentro, dejando a otro de los tres personajes a cargo de la situación.

Esta persona, mal encarada y grosera, lo único que atinó a decir entre dientes fue “es que no entienden”, ante lo cuál yo me dirigí directamente a él y le pregunté “¿qué cosa no entiendo? ¿Que hay una mesa por desocuparse y ustedes no me quieren dejar entrar?”. La persona, con peor cara aún, me respondió golpeado diciendo que no había mesas. Le recordé que habíamos visto a alguien pedir la cuenta y que adicionalmente había una mesa sola de una persona que se había parado posiblemente a pagar su cuenta. El individuo me volvió a responder diciéndome “¿es que quiere que lo vaya a sacar del baño para preguntarle?”.

Ante este tipo de respuesta, mi tono se puso aún más fuerte y le respondí diciendo que yo no estaba pidiendo que fueran al baño a sacar a nadie, solo que me dijeran por qué razón no había mesas. Esta persona me dijo, ante mi total asombro, lo siguiente: “Es que todos son así de alzados”. “¿Quiénes son todos?”, le dije, sabiendo que se refería a la raza negra. Contestó entre dientes “ustedes todos son alzados” ante lo cual le volví a preguntar: ¿Quiénes? Acercándome más a él. Al parecer esta persona cayó en cuenta de la idiotez que estaba haciendo y solo se limitó a responder otra vez entre dientes “pues usted”.

Durante todo este tiempo había unas 4 o 5 personas al lado mío, también acabadas de llegar, haciendo fila y esperando para entrar. Todos estaban callados y viendo el “show” sin ayudar ni decir nada. El otro bouncer nada que regresa y yo ya tenía demasiada rabia. Afortunadamente tuve un segundo para tomar aire, pensar y decidir no agravar la situación respondiendo con insultos o cosas peores. Igualmente sabiendo que mi novia se encontraba a mi lado y yo estaba sólo, decidí simplemente decirle a las personas que estaban al lado que vieran como trataban a las personas en este lugar. Me alejé del sitio, y en menos de 20 segundos, las personas que estaban después de mi entraron a Hooters”.

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En el nombre de Nerthink

La situación aquí no se jodió hace poco, cuando votamos para gobernador al hijo de un mafioso y para alcalde a otro hijo de un guerrillero muerto en combate. Tampoco hace mucho, cuando los dirigentes eran elegidos por decreto y no por mérito, pues extrañamente a la región le sentó muy mal la democracia: mientras en aquel tiempo tuvimos líderes tan honorables como Alfredo Carvajal o Carlos Holguín, el voto popular cayó como una plaga y tuvimos que empezar a conformarnos con lo más folclórico y pintoresco que fue pariendo este intento de región llamada Valle del Cauca.

La noche se vino encima de las tres cruces, del CAM y del Palacio de San Francisco en el mismo momento en que el panorama se empezó a inundar no de políticos viciados y corruptos, sino de nombres y apellidos que nos satanizaron como un mal chiste para siempre. ¿O es que acaso alguien cree que una buena idea puede salir de una persona como Nerthink Mauricio Aguilar, senador del Valle? Si no ocurrió con nombres menos llamativos como John Maro y Apolinar, mucho menos podemos exigirle al bueno de Nerthink, quien no sé como hará para pedir la palabra en el recinto del Senado sin que este se inunde de carcajadas.

Pero lo peor de todo es que no hay un solo ente administrativo o de control que pueda darse el lujo de decir “no señor, aquí somos gente seria, y estamos exentos de caer en el ridículo”. Para ir de menos a más, empecemos por los ediles, esa extraña figura burocrática que existe, que no se sabe para qué sirve pero cuya única certeza parece ser su fijación por la letra efe. ¿Será que las JAL número 15, 20, 30 y 32 son más exitosas desde que por ahí rondan Freder Ballesteros, Frei Ademir Zúñiga, Fulvio Calambas Calvo y Flover Trujillo?

En los concejos municipales las cosas no es que estén mucho mejor. O sino que lo digan Wistong Segura –que de seguro mira con envidia a los que se llaman Winston–, Dolly Lozano –quien es de Toro pero su nombre evoca a la primera oveja clonada–, Williams Alzate –sí, como la escudería de la Fórmula 1– u Orfa Darnelly Vélez –cuyo nombre compuesto es un verdadero homenaje a la creatividad–. Ellos aún deben estar lamentando no haber nacido en los tiempos donde los sacerdotes podían rehusarse a bautizar a un niño con un nombre aparatoso.

Y en el Concejo de Cali ni se diga, pues la presencia allí de un ingeniero sanitario no ha sido suficiente para tratar un ambiente apestado por nombres y apellidos como los de Edinson Bioscar Ruíz o Álvaro Henry Monedero, quienes al menos no deben tener que soportar bromas de referencia circense como seguro le ocurrirá a Jaime Adolfo Gasca. Los diputados, liderados por Juan Eccehomo Caliman y Yiminson Figueroa, no se quedan atrás, e incluso alcaldes y alcaldesas como Werney Ladino de San Pedro y Luz Dey Escobar de Bolívar hacen que los mismísimos Roy Barreras y Dilian Francisca Toro extrañen sus pasos de gamonales políticos de tierra caliente.

Así estamos en este pedazo de tierra llamado Valle del Cauca, un lugar donde los nombres y apellidos de los políticos de turno son más inverosímiles que los de los futbolistas colombianos, lo cual ya es mucho decir. Porque si jugadores como Roger Cambindo, Laineker Zafra y Faider Torijano son incapaces de triunfar, es porque la pesada carga de sobrellevar sus nombres a cuestas es insostenible y tarde o temprano termina produciendo taras. Por eso sigo convencido en que la única forma de que dejemos de ser inviables como departamento es por medio de la educación. Y para eso tenemos que educar a todas las madres vallecaucanas, para que busquen nombres de pila más decentes para bautizar a sus hijos, y así puedan forjar hombres serios.

Contra los paisas

Mis reparos contra los nacidos en Antioquia se deben, entre otras cosas, a que se parecen mucho a los frisoles que tanto les gustan: en medio de su berraquera son blandos como el grano y cuando se juntan en abundancia se “hogan” en su caldo de arribismo gaseoso. Y es precisamente esa falsa creencia de que son la última garra de la frijolada lo que más detesto. ¿Ejemplos? Muchísimos, como el hecho de hacernos creer al resto de colombianos que a ellos les iría mejor si se independizaran, según lo sugerían cuando impulsaron aquella estéril campaña de su Antioquia Federal.

Y la embarraron cuando decidieron colonizar el Viejo Caldas. ¿A quién se le ocurre esparcir semillas en un terruño feo, frío y faldudo? Semejante comportamiento, por supuesto, ya estaba dejando entrever la idea que ellos tienen de desarrollo urbanístico: ¿cómo pueden considerar emblemático al Edificio Coltejer, un bloque de cemento que simula tener una tienda de camping en el último piso y un poncho largo y desteñido que lo cubre? Además, es el colmo que se enorgullezcan de su ascensor acostado que moviliza a miles de paisas enlatados (la versión criolla de un tarro de Campbell’s Mondongo) y, sobre todo, de la estación construida en el Parque de Berrío, justo encima de una escultura de Fernando Botero. Por simple ley de transitividad se debería cambiar ese muy común dicho de las tierras de Montecristo según el cual “yo soy tan paisa que nací en el Parque de Berrío”, por el de “yo soy tan paisa que nací debajo del culo fofo de una gorda de Botero”.

Lo peor es que se exalten por un par de “paisas notables” en el exterior, como Juanes y Camilo Villegas. El primero es aclamado por letras tan profundas como “tu piel tiene el color de un rojo atardecer” y el mayor logro del segundo, nuevo arrendatario de la fama, es tirarse al piso como una lagartija al acecho y estar en el puesto 57 del ránking del PGA Tour. Pero bueno, ahí están los dos, dándose el roce internacional, solo porque siempre tiene que haber paisas en todos lados. ¿O a quién no le ha tocado en la universidad, en el trabajo o incluso en un partido de fútbol tener que aguantarse a un paisa que se cree lo mejor y a quien, en efecto, lo apodan “Paisa”? Porque esa es otra cuestión: siempre empiezan solos —”antioqueño no se vara”, dicen ellos— y terminan multiplicándose como el ébola. Montan su empresita tiránica con mucho “éxito” y se dedican a fastidiar a quien no sea de allá o, lo que es peor, ni los contratan.

Claro que hay que reconocer que son buenísimos para formar todo tipo de instituciones: desde equipos campeones de copas libertadores, pasando por sindicatos antioqueños, hasta las temidas empresas de cobro. Y siempre las forman de manera vilmente contestataria, haciendo mucha bulla y dejando sus pechos colorados al descubierto. No de otra forma se explica su afán competitivo y de protagonismo a mansalva. El América de Cali lo estaba ganando todo en los años 80 y 90, y ellos crearon su rosca en la selección nacional y se la tiraron para siempre. Buenaventura siempre ha sido el principal puerto colombiano, pero ellos quieren construir uno mejor en Tribugá. Las caleñas son como las flores, pero ellos tuvieron que crear la cultura de la mujer ensiliconada y de acento sospechosamente inocente.

Podría seguir escribiendo mil razones más por las que los paisas se me hacen insufribles. Pero sí hay algo que no puedo dejar pasar por alto y es la tristeza de que los habitantes del norte de mi departamento también se crean paisas. Y a lo mejor lo son, pues sus genes los delatan: allá está enclavado el Cartel del Norte del Valle, de donde han salido los peores bandidos de los últimos años.

(Publicado en la Revista SoHo)

Instrucciones para hacer cine colombiano

Si usted quiere hacer una película lo mejor es que se largue del país, aún está a tiempo de salvar su carrera. Pero si su motivación es más grande que la terquedad de Sergio Cabrera, los siguientes pasos lo ayudarán a lograr una cinta genuinamente colombiana, cosa que no le aportará nada, salvo que se hable de su “ópera prima”, y la crítica ¿especializada? escriba, una vez más, “que con esta película por fin despegó el cine colombiano”.

1. Como hay recesión y usted no podrá comprar ni una Handycam (más allá de que las películas colombianas parezcan grabadas en ese formato), obtenga recursos del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Esto es importante, ya que película colombiana que se respete finaliza con un “esta película no hubiera sido posible sin el apoyo del FDC”.

2. Para encontrar la historia que el público está esperando, compre periódicos sensacionalistas, que en cualquier edición encontrará argumentos taquilleros: el secuestro de un anciano por su propio hijo, o un partido entre paracos y guerrilleros. Tampoco descarte los edictos; el desalojo de una casa puede convertirse en un éxito comercial.

3. Evite sobreactuarse: no se sumerja en géneros como la acción o el suspenso. El cine colombiano es ya un género, al punto de que directores gringos como Joshua Marston (el de María llena eres de gracia) hacen cine colombiano, sin ellos serlo.

4. Escriba el guión sin madrazos, así se ahorrará cientos de páginas. Igual, los actores que escoja van a decir “hijueputa”, “malparido” y “gonorrea” a diestra y siniestra.

5. Inmortalice su guión con sentencias ingeniosas y contundentes. Frases que harán la diferencia pueden ser “ahí estamos pintados”, “por eso es que estamos como estamos” o “quiubo, gonorrea”.

6. Como lo más probable es que la plata del FDC no le alcance, haga rendir el oxígeno como si fuera trompetero, coja su alcoba como escenario principal y ponga a sus actores a hablar por teléfono durante toda la película.

7. Ya que sus actores van a echar madrazos, saldría más barato hacer como Víctor Gaviria y contratar actores naturales. Cualquier sicario o vendedora ambulante sirve. Si por el corto presupuesto usted se encuentra entre el Dago y la pared, haga la de García: contrate a la mitad del elenco de Sábados felices, que no creo que cobren mucho más que los actores de Gaviria.

8. Incluya a miembros de su familia. Si Sergio lo ha hecho con Florina y Fausto, ¿por qué no usted? Para que no lo tachen de imitador, no ponga a su padre a declamar poesía. Más bien que cante rancheras o haga 21 con un balón. El público siempre goza viendo a un anciano haciendo monadas.

9. El rodaje es quizás el punto neurálgico. Ante todo, debe conservar los estereotipos. Si en su película no hay un celador rolo chismoso, un matón paisa, un ñero valluno, un costeño flojo o Edgardo Román de sargento, está botando la plata.

10. Ambiente su filme con el 5 a 0, así sea en solo 5 segundos. También es clave que la clase media se vea reflejada, ya sea con un carro vuelto mierda al que llaman ‘pichirilo’ o ‘cacharrito’, o por medio de familias de hasta 24 miembros que vivan del rebusque.

11. Aproveche el product placement para hacer un billetico extra con Postobón. Película colombiana que se respete debe tener al menos diez escenas donde los actores naturales salgan tomando Colombiana o echándose un corrientazo con jugos Hit.

12. En Colombia el tiempo no apremia, se graba en dos meses y se edita en un año. Extrañamente, los efectos especiales las perjudican en vez de mejorarlas (nos lo enseñó Felipe Aljure), así que más bien llene los silencios con frases pregrabadas como “ole, hijueputa” o “quiubo, gonorrea”.

13. La banda sonora de su película tiene que ser incidental, de lo contrario corre el riesgo de que a alguno de sus actores naturales le dé por componer una canción, o que a Verónica Orozco o a César Mora y su grupo María Canela les interese el asunto.

14. Mande su película a festivales de tercera. Si clasifica para la selección oficial del festival de Cuenca, o si de carambola se gana un San Pancracio de Extremadura, la taquilla estará garantizada: el público se conmueve con películas que han “triunfado” en el exterior.

(Publicado en la Revista SoHo)

Viernes

Y hoy saldrás de trabajar más temprano que de costumbre, sediento de sexo y alcohol, y cuando sean las 8:00 estarás más arrecho y borracho que siempre, querrás seguir levantando y tomando, y seis horas después, cuando la zorra de turno esté lista y abierta, tu colgajo viril no sabrá responder a una violación mimetizada entre rocas y whiskey. Entonces lo mejor que te puede pasar es que aparezca otro violador abrupto, te amarre y te corte las muñecas, y te obligue a ver como él sí termina lo que tu fuiste incapaz de comenzar.

Desgraciado hijueputa.

Leche en polvo

-Señor, ¿puede ponerme atención un minuto? Le juro que no le voy a pedir plata.

Veo al tipo de soslayo, con una sudadera sospechosamente verde y un inmovilizador de cuello color piel, algo suelto y también sospechosamente mal puesto.

-Sí, claro, dígame.

-He sido maltratado, mire los moretones que tengo en el tobillo. Yo, le repito, no quiero plata. Lo único que necesito es una bolsa de leche.

-Lo siento amigo, no tengo, lo siento de verdad.

Veo su tobillo sucio, y apenas puedo distinguir los moretones de las costras de mugre que ya se adueñaron, como sanguijuelas, de su piel.

-Entonces compléteme lo de la leche, tengo 800 pesos, deme 600…

Me detengo a pensar que hasta los mendigos se han vuelto burgueses. Una bolsa de leche cuesta, en efecto, 1.400 pesos. Pero si es marca La Alquería. Existen bolsas de leche mucho más baratas -pienso-, y que podría conseguir por el mismo valor que dice tener.

No tengo, ya le dije. Discúlpeme. Tal vez en una próxima oportunidad…

-Mentiras…

Lo volteo a ver. Dudo por un instante lo que creo haber acabado de escuchar, y sigue:

-¡Mentiroso!

Su cara está encendida por el odio. Yo, con una actitud socarrona y y pausada, le contesto:

-El mentiroso es usted. ¿No que no me iba a pedir dinero?

-Cuántas veces ha puesto usted el pecho por Colombia? -me pregunta en tono airado-.

-Muchas, muchísimas, demasiadas -le respondo con fastidio pero guardando la compostura-.

-¿Y cuántos balazos ha recibido?

-Más de veinte, todos en la cabeza, y heme aquí.

-¡Gonorrea hijueputa! ¡Mentiroso malparido! ¡Si quiere yo le doy un balazo para que vea qué se siente!

Entro a la portería de mi oficina y el portero, al cerrar la puerta, hace que los insultos desaparezcan. El vidrio velado solo me deja apreciar una boca sucia gritando insultos que ya no puedo escuchar. Me pregunta que qué fue lo que pasó y le contesto que nada, que el mendigo simplemente decidió insultarme porque no le di dinero.

Decido ir hacia la cafetería. Me sirvo una taza de tinto. Pienso que si tuviera un poco de leche, sabría mucho mejor. Pero no hay. Entonces cojo tres sobres de InstaCrem, las sirvo en el humeante café y me pongo a revolver y a revolver.Entonces decido que, de ahora en adelante, caminaré con varios sobres de esos en mis bolsillos. La próxima vez que me pidan una bolsa de leche en la calle, les daré tres de InstaCrem. Así me ahorraré algunos insultos y mejoraré su estado de salud (“una taza de tinto preparado con una porción de InstaCrem cuenta con menos grasa y calorías que una taza de tinto preparado con leche entera”).

Mendigos ignorantes.

Inauguración

The Worst and the Best (de “Love is a Dog From Hell”)

in the hospitals and jails

it’s the worst

in the madhouses

it’s the worst

in penthouses

it’s the worst

in skit row flophouses

it’s the worst

at poetry readings

at rock concerts

at benefits for the disabled

it’s the worst

at funerals

at weddings

it’s the worst

at parades

at skating rinks

at sexual orgies

it’s the worst

at midnight

at 3 a.m.

at 5:45 p.m.

it’s the worst

falling through the sky

firing squads

that’s the best

thinking of India

looking at popcorn stands

watching the bull get the matador

that’s the best

boxed lightbulbs

an old dog scratching

peanuts in a celluloid bag

that’s the best

spraying roaches

a clean pair of stockings

natural guts defeating natural talent

that’s the best

in front of firing squads

throwing crusts to seagulls

slicing tomatoes

that’s the best

rugs with cigarette burns

cracks in sidewalks

waitresses still sane

that’s the best

my hands dead

my heart dead

silence

adagio of rocks

the world ablaze

that’s the best

for me.

(Charles Bukowski)