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Contra los paisas

Mis reparos contra los nacidos en Antioquia se deben, entre otras cosas, a que se parecen mucho a los frisoles que tanto les gustan: en medio de su berraquera son blandos como el grano y cuando se juntan en abundancia se “hogan” en su caldo de arribismo gaseoso. Y es precisamente esa falsa creencia de que son la última garra de la frijolada lo que más detesto. ¿Ejemplos? Muchísimos, como el hecho de hacernos creer al resto de colombianos que a ellos les iría mejor si se independizaran, según lo sugerían cuando impulsaron aquella estéril campaña de su Antioquia Federal.

Y la embarraron cuando decidieron colonizar el Viejo Caldas. ¿A quién se le ocurre esparcir semillas en un terruño feo, frío y faldudo? Semejante comportamiento, por supuesto, ya estaba dejando entrever la idea que ellos tienen de desarrollo urbanístico: ¿cómo pueden considerar emblemático al Edificio Coltejer, un bloque de cemento que simula tener una tienda de camping en el último piso y un poncho largo y desteñido que lo cubre? Además, es el colmo que se enorgullezcan de su ascensor acostado que moviliza a miles de paisas enlatados (la versión criolla de un tarro de Campbell’s Mondongo) y, sobre todo, de la estación construida en el Parque de Berrío, justo encima de una escultura de Fernando Botero. Por simple ley de transitividad se debería cambiar ese muy común dicho de las tierras de Montecristo según el cual “yo soy tan paisa que nací en el Parque de Berrío”, por el de “yo soy tan paisa que nací debajo del culo fofo de una gorda de Botero”.

Lo peor es que se exalten por un par de “paisas notables” en el exterior, como Juanes y Camilo Villegas. El primero es aclamado por letras tan profundas como “tu piel tiene el color de un rojo atardecer” y el mayor logro del segundo, nuevo arrendatario de la fama, es tirarse al piso como una lagartija al acecho y estar en el puesto 57 del ránking del PGA Tour. Pero bueno, ahí están los dos, dándose el roce internacional, solo porque siempre tiene que haber paisas en todos lados. ¿O a quién no le ha tocado en la universidad, en el trabajo o incluso en un partido de fútbol tener que aguantarse a un paisa que se cree lo mejor y a quien, en efecto, lo apodan “Paisa”? Porque esa es otra cuestión: siempre empiezan solos —”antioqueño no se vara”, dicen ellos— y terminan multiplicándose como el ébola. Montan su empresita tiránica con mucho “éxito” y se dedican a fastidiar a quien no sea de allá o, lo que es peor, ni los contratan.

Claro que hay que reconocer que son buenísimos para formar todo tipo de instituciones: desde equipos campeones de copas libertadores, pasando por sindicatos antioqueños, hasta las temidas empresas de cobro. Y siempre las forman de manera vilmente contestataria, haciendo mucha bulla y dejando sus pechos colorados al descubierto. No de otra forma se explica su afán competitivo y de protagonismo a mansalva. El América de Cali lo estaba ganando todo en los años 80 y 90, y ellos crearon su rosca en la selección nacional y se la tiraron para siempre. Buenaventura siempre ha sido el principal puerto colombiano, pero ellos quieren construir uno mejor en Tribugá. Las caleñas son como las flores, pero ellos tuvieron que crear la cultura de la mujer ensiliconada y de acento sospechosamente inocente.

Podría seguir escribiendo mil razones más por las que los paisas se me hacen insufribles. Pero sí hay algo que no puedo dejar pasar por alto y es la tristeza de que los habitantes del norte de mi departamento también se crean paisas. Y a lo mejor lo son, pues sus genes los delatan: allá está enclavado el Cartel del Norte del Valle, de donde han salido los peores bandidos de los últimos años.

(Publicado en la Revista SoHo)

Instrucciones para hacer cine colombiano

Si usted quiere hacer una película lo mejor es que se largue del país, aún está a tiempo de salvar su carrera. Pero si su motivación es más grande que la terquedad de Sergio Cabrera, los siguientes pasos lo ayudarán a lograr una cinta genuinamente colombiana, cosa que no le aportará nada, salvo que se hable de su “ópera prima”, y la crítica ¿especializada? escriba, una vez más, “que con esta película por fin despegó el cine colombiano”.

1. Como hay recesión y usted no podrá comprar ni una Handycam (más allá de que las películas colombianas parezcan grabadas en ese formato), obtenga recursos del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Esto es importante, ya que película colombiana que se respete finaliza con un “esta película no hubiera sido posible sin el apoyo del FDC”.

2. Para encontrar la historia que el público está esperando, compre periódicos sensacionalistas, que en cualquier edición encontrará argumentos taquilleros: el secuestro de un anciano por su propio hijo, o un partido entre paracos y guerrilleros. Tampoco descarte los edictos; el desalojo de una casa puede convertirse en un éxito comercial.

3. Evite sobreactuarse: no se sumerja en géneros como la acción o el suspenso. El cine colombiano es ya un género, al punto de que directores gringos como Joshua Marston (el de María llena eres de gracia) hacen cine colombiano, sin ellos serlo.

4. Escriba el guión sin madrazos, así se ahorrará cientos de páginas. Igual, los actores que escoja van a decir “hijueputa”, “malparido” y “gonorrea” a diestra y siniestra.

5. Inmortalice su guión con sentencias ingeniosas y contundentes. Frases que harán la diferencia pueden ser “ahí estamos pintados”, “por eso es que estamos como estamos” o “quiubo, gonorrea”.

6. Como lo más probable es que la plata del FDC no le alcance, haga rendir el oxígeno como si fuera trompetero, coja su alcoba como escenario principal y ponga a sus actores a hablar por teléfono durante toda la película.

7. Ya que sus actores van a echar madrazos, saldría más barato hacer como Víctor Gaviria y contratar actores naturales. Cualquier sicario o vendedora ambulante sirve. Si por el corto presupuesto usted se encuentra entre el Dago y la pared, haga la de García: contrate a la mitad del elenco de Sábados felices, que no creo que cobren mucho más que los actores de Gaviria.

8. Incluya a miembros de su familia. Si Sergio lo ha hecho con Florina y Fausto, ¿por qué no usted? Para que no lo tachen de imitador, no ponga a su padre a declamar poesía. Más bien que cante rancheras o haga 21 con un balón. El público siempre goza viendo a un anciano haciendo monadas.

9. El rodaje es quizás el punto neurálgico. Ante todo, debe conservar los estereotipos. Si en su película no hay un celador rolo chismoso, un matón paisa, un ñero valluno, un costeño flojo o Edgardo Román de sargento, está botando la plata.

10. Ambiente su filme con el 5 a 0, así sea en solo 5 segundos. También es clave que la clase media se vea reflejada, ya sea con un carro vuelto mierda al que llaman ‘pichirilo’ o ‘cacharrito’, o por medio de familias de hasta 24 miembros que vivan del rebusque.

11. Aproveche el product placement para hacer un billetico extra con Postobón. Película colombiana que se respete debe tener al menos diez escenas donde los actores naturales salgan tomando Colombiana o echándose un corrientazo con jugos Hit.

12. En Colombia el tiempo no apremia, se graba en dos meses y se edita en un año. Extrañamente, los efectos especiales las perjudican en vez de mejorarlas (nos lo enseñó Felipe Aljure), así que más bien llene los silencios con frases pregrabadas como “ole, hijueputa” o “quiubo, gonorrea”.

13. La banda sonora de su película tiene que ser incidental, de lo contrario corre el riesgo de que a alguno de sus actores naturales le dé por componer una canción, o que a Verónica Orozco o a César Mora y su grupo María Canela les interese el asunto.

14. Mande su película a festivales de tercera. Si clasifica para la selección oficial del festival de Cuenca, o si de carambola se gana un San Pancracio de Extremadura, la taquilla estará garantizada: el público se conmueve con películas que han “triunfado” en el exterior.

(Publicado en la Revista SoHo)